Ayer fueron las primeras veinticuatro horas sin salir de
casa. La verdad es que se empieza a extrañar la rutina. Descoloca el cambio de
actividades, parece un domingo continuo y sin fin.
Trabajar, limpiar la casa, trabajar, mirar las noticias, estudiar,
revisar las redes sociales, escribir un mensaje, revisar las redes sociales, estudiar,
mirar las noticias, reflexionar.
Reflexionar sobre la crisis, sobre mi privilegio de clase. Pararse
de puntitas ante el abismo que anuncia la ruptura de paradigmas y el cobijo de
la incertidumbre.
¿Cuál es la normalidad a la que queremos volver? Esa es
la pregunta que resonó hoy en las paredes de mi casa, es el cuestionamiento que
nos hacemos mi marido y yo con el silencio de la calle, con la ansiedad muda de
mi dermatitis, con el corazón.
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